El mes de abril nunca estuvo asociado a partidos para la historia de las selecciones. En la española dejó en 1979 el debut de un extremo que rompió con el perfil de jugador que por entonces se imponía en la Roja. Recién cumplidos los 20 años aparecía el Lobo Carrasco, que jamás olvidará la humanidad de Ladislao Kubala ni el remate privilegiado de cabeza de Quini, el jugador que le dio la alternativa.

El 4 de abril de 1979 la selección española tenía un partido importante de clasificación a la Eurocopa de Italia’80. En Craiova se medía a Rumanía con una llamada de última hora en la expedición. Había debutado en el Barcelona un chico que era la sensación del momento. El pelo largo, su descaro en el uno contra uno, el regate, la verticalidad. Francisco José Carrasco era diferente y Kubala lo vio desde sus primeros pasos.

La había roto en un partido en Almería con la selección olímpica y los planes cambiaron sobre la marcha. De repente se vio en un avión con Arconada, Rubén Cano, Dani o Quini. «Fue una escalada vertiginosa. El debut con la selección no fue un partido memorable, como con el Barcelona ante el Espanyol en Sarriá, cuando Nuñez pidió a Muller que me pusiera, pero tuvo la carga emotiva de debutar con la selección», comenta Carrasco.

España igualó en dos ocasiones los tantos de Rumanía, con un doblete de Dani. El punto le valía y en los últimos minutos Kubala llamó al ‘nene’ para que se estrenase con la absoluta. En el minuto 87 entraba por un delantero que marcaría su vida para siempre, Enrique Castro ‘Quini’.

«Todo ocurrió a una gran velocidad. Estaba en Almería con la olímpica y me llamaron para la absoluta. Dos entrenamientos y debuté. El balón pesaba muchísimo. Y le preguntaba a Quini, ¿cómo puedes rematar de cabeza con tanta potencia?. Me impactó en el primer entrenamiento. Tenías que tensar el empeine en el centro para que el balón no te hiciese daño y él remataba de todas las maneras. Santillana saltaba más y se quedaba en el aire, pero el Brujo, técnicamente, ha sido el mejor cabeceador del fútbol», dice a EFE.

El tiempo regalaría al Lobo una relación especial con Quini: «Era como mi padrino. Tan divertido, tan humano. De las personas que más me calaron. Ir concentrado con él era como ir de fiesta por sus bromas continuas. Era uno de los buques insignias del fútbol español y entrar por él fue más significativo aún».

Los estereotipos se cayeron cuando entró al vestuario de la absoluta: «En el vestuario la gente que parecía seria como Del Bosque era la más bromista. Villar era el más callado». Y para sus primeros pasos fueron claves compañeros del Barcelona como Migueli y Asensi. «Tenían ascendencia en el vestuario y me arroparon muchísimo», apunta.

Eran tiempos en los que se debía cumplir un proceso: «Me llamaban el nene y me tocaba llevar los balones. Menos limpiarles las botas hacíamos de todo y encima gozoso por la ilusión de debutar con los que tenía en cromos. Me transportaba a otra dimensión, al fútbol de elite. Sabía que si en el Barcelona había conseguido el sueño, esto era llegar a la cima».

Aquella noche fría en Rumanía encontró Carrasco el arrope de una leyenda del Barcelona, Kubala, que era el seleccionador: «Imponía por su humanidad y, sobre todo, porque tenía el don de ser estrella sin querer aparentarlo. Era el Di Stéfano del Barcelona. Me impactó la proximidad. Era muy paternal. Apreciaba la técnica. Era un adelantado a su tiempo. Fue el entrenador que más cariño me dio y me ayudó a ir por el buen camino. Recuerdo sus consejos. Me dejó una huella imborrable».

De entre todas las charlas que mantuvieron, le quedó una recomendación para siempre: «El orden te lleva a la disciplina y luego puedes empezar a divertirte. La profesionalidad nunca hay que perderla», le dijo un mito como Kubala a un joven que iba camino de estrella.

Y así, en aquel fútbol «más hercúleo» de la Roja, apareció por primera vez un regateador. «No era un fútbol muy veloz. Me enseñó a evitar patadas. Ya iba vacunado. Los campos eran peores. Yo siempre aposté por lo técnico pero en la selección ese perfil de jugador entraba y salía. No se definió hasta que en el 2008 Luis Aragonés apostó por el balón y la técnica», indica.

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